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Papá ya no se queja

  • hace 6 días
  • 1 Min. de lectura

Papá ya no se queja, pero tampoco sonríe como antes.

Se levanta temprano, llega tarde, y casi no habla.

Tiene la mirada cansada, los hombros vencidos y el alma… quién sabe dónde.

Pero nadie lo nota.

Porque papá es el fuerte.

El que no se rompe.

El que “no llora”, el que “aguanta”, el que “no se cansa”.

Pero sí se cansa.

Solo que no lo dice.

Porque aprendió desde niño que los hombres no se detienen a hablar de lo que sienten.

Aprendió a tragar el miedo, el enojo, el dolor…

y a seguir caminando como si nada.

Papá también tiene crisis.

También tiene dudas.

También se siente solo.

A veces mira al techo de madrugada y se pregunta si lo ha hecho bien.

Se pregunta si falló como padre, si decepcionó como esposo, si perdió la esencia de quien alguna vez soñaba.

Y aún así, sigue.

Sigue trabajando, reparando, pagando cuentas, cargando con lo que nadie más ve.

Sin pedir nada.

Sin llorar frente a nadie.

Sin mostrar que por dentro… se está apagando.

¿De verdad creemos que por ser hombre no necesita ternura?

¿Que por ser padre no merece ser cuidado?

¿Que por estar en silencio está bien?

No.

Papá también merece que le pregunten cómo está.

Que alguien se siente con él, sin prisas, y le diga:

“No tienes que hacerlo todo solo.”

Porque hay padres que están vivos… pero por dentro, se sienten ausentes.

Y si no los vemos hoy, puede que mañana ya no estén.


 
 
 

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